JOSE
MARIA MORELOS Y PAVON
Nació el 30 de septiembre de 1765 en la ciudad de
Valladolid que hoy se llama Morelia y es capital del estado de Michoacán. José María Morelos era hijo de Manuel Morelos, carpintero de
ascendencia india y de Juana María Pérez Pavón, criolla, cuyo padre había sido
maestro de escuela en la ciudad. Durante catorce años, además de las primeras
letras que le enseñó su madre, sólo se sabe que ayudó en lo que pudo para el
sostenimiento de la familia. Al morir su padre
recibió la protección de su tío Felipe Morelos. Pertenecía, pues, a familia
modesta y de escasos recursos.
José María
Morelos
Primeros años
José María pasó sus primeros años entregado a labores agrícolas. Más tarde fue pastor de ganado. Tal vez con el ánimo de conocer mundo y de ganar más dinero se dedicó a la arriería que entonces era profesión de mucho provecho. Los arrieros viajaban por todos los caminos, veredas y vericuetos, valles y montañas del ancho territorio del país. Iban de un sitio a otro, llevando y trayendo mercancías. A veces hacían viajes larguísimos; de las tierras del norte a las playas del sur y del oriente.
Morelos iba con los arrieros que recorrían las rutas de Valladolid, México y Acapulco. Con estos oficios y estos viajes conoció a los hombres, la pobreza de los indígenas y descubrió el secreto de los valles, de las montañas, de los ríos y bosques. Así penetró en el escenario de sus futuras hazañas militares.
Primeros años
José María pasó sus primeros años entregado a labores agrícolas. Más tarde fue pastor de ganado. Tal vez con el ánimo de conocer mundo y de ganar más dinero se dedicó a la arriería que entonces era profesión de mucho provecho. Los arrieros viajaban por todos los caminos, veredas y vericuetos, valles y montañas del ancho territorio del país. Iban de un sitio a otro, llevando y trayendo mercancías. A veces hacían viajes larguísimos; de las tierras del norte a las playas del sur y del oriente.
Morelos iba con los arrieros que recorrían las rutas de Valladolid, México y Acapulco. Con estos oficios y estos viajes conoció a los hombres, la pobreza de los indígenas y descubrió el secreto de los valles, de las montañas, de los ríos y bosques. Así penetró en el escenario de sus futuras hazañas militares.
Sus estudios
No se sabe cómo ni por qué, de pronto, abandonó aquellos trabajos rústicos y decidió entregarse a los estudios. Quizá influyeron en tan importante decisión los consejos de personas mayores que descubrieron en él muestras de inteligencia y buen criterio. Así vemos que en Valladolid se inscribió en 1790 en el Colegio de San Nicolás, donde enseñaba don Miguel Hidalgo y Costilla. Después pasó al Seminario Tridentino. Y más tarde se trasladó a México y en la Universidad Pontificia, en 1795, recibió el grado de bachiller. Completados sus estudios mereció la investidura de presbítero.
No se sabe cómo ni por qué, de pronto, abandonó aquellos trabajos rústicos y decidió entregarse a los estudios. Quizá influyeron en tan importante decisión los consejos de personas mayores que descubrieron en él muestras de inteligencia y buen criterio. Así vemos que en Valladolid se inscribió en 1790 en el Colegio de San Nicolás, donde enseñaba don Miguel Hidalgo y Costilla. Después pasó al Seminario Tridentino. Y más tarde se trasladó a México y en la Universidad Pontificia, en 1795, recibió el grado de bachiller. Completados sus estudios mereció la investidura de presbítero.
La idea insurgente
De tiempo atrás el pueblo -el pueblo era mexicano dentro del propio régimen de la Nueva España- anhelaba la independencia y la libertad. En pleno periodo virreinal hubo sublevaciones de indios, de negros y de criollos contra el absolutismo que sufría el país. Todas fueron sofocadas a sangre y fuego. Parecía que la lucha era inútil porque sobre el pueblo pasaban fuerzas militares, económicas y eclesiásticas.
Es casi seguro que por este tiempo, Morelos había tenido correspondencia con emisarios del cura Hidalgo y los conspiradores de Querétaro. La idea de la insurgencia empezaba a tomar cuerpo en diferentes núcleos sociales.
La situación que prevalecía en España era propicia para el movimiento libertador. El rey de España había sido depuesto por Napoleón. El pueblo español estaba en rebeldía con el invasor francés. Los mexicanos pensaron entonces, con razón, que desaparecidos los poderes españoles, la soberanía de estas colonias de América tenía que recaer en el pueblo mismo. Nadie más que el pueblo era capaz de crear la naturaleza de su gobierno. Tal era la idea de los insurgentes mexicanos y de los insurgentes del sur de América, según lo habían de manifestar Bolívar, Artigas y San Martín.
Es posible que Morelos, desde antes del grito de Dolores, hubiera hecho ya preparativos para sublevarse con la gente de su parroquia. Acaso tenía en su curato armas y municiones. Un día, madurada su idea de protesta, se dirigió a Valladolid para informarse mejor de los pasos que daba el incipiente movimiento insurgente.
Aquí vino su bautizo de fuego. Se enfrentó con tropas realistas que andaban merodeando por aquellos contornos. Aunque el tiroteo fue recio por ambas partes no se llegó a una batalla formal. Morelos acabó por guarecerse en el campamento que había establecido. Tal fue su primera experiencia militar. En seguida entendió que el coraje de los hombres debía ceñirse a la disciplina y al buen orden para obtener triunfos perdurables. Morelos tenía agallas para hacer de aquellas chusmas un ejército digno de la causa que defendía.
De tiempo atrás el pueblo -el pueblo era mexicano dentro del propio régimen de la Nueva España- anhelaba la independencia y la libertad. En pleno periodo virreinal hubo sublevaciones de indios, de negros y de criollos contra el absolutismo que sufría el país. Todas fueron sofocadas a sangre y fuego. Parecía que la lucha era inútil porque sobre el pueblo pasaban fuerzas militares, económicas y eclesiásticas.
Es casi seguro que por este tiempo, Morelos había tenido correspondencia con emisarios del cura Hidalgo y los conspiradores de Querétaro. La idea de la insurgencia empezaba a tomar cuerpo en diferentes núcleos sociales.
La situación que prevalecía en España era propicia para el movimiento libertador. El rey de España había sido depuesto por Napoleón. El pueblo español estaba en rebeldía con el invasor francés. Los mexicanos pensaron entonces, con razón, que desaparecidos los poderes españoles, la soberanía de estas colonias de América tenía que recaer en el pueblo mismo. Nadie más que el pueblo era capaz de crear la naturaleza de su gobierno. Tal era la idea de los insurgentes mexicanos y de los insurgentes del sur de América, según lo habían de manifestar Bolívar, Artigas y San Martín.
Es posible que Morelos, desde antes del grito de Dolores, hubiera hecho ya preparativos para sublevarse con la gente de su parroquia. Acaso tenía en su curato armas y municiones. Un día, madurada su idea de protesta, se dirigió a Valladolid para informarse mejor de los pasos que daba el incipiente movimiento insurgente.
Aquí vino su bautizo de fuego. Se enfrentó con tropas realistas que andaban merodeando por aquellos contornos. Aunque el tiroteo fue recio por ambas partes no se llegó a una batalla formal. Morelos acabó por guarecerse en el campamento que había establecido. Tal fue su primera experiencia militar. En seguida entendió que el coraje de los hombres debía ceñirse a la disciplina y al buen orden para obtener triunfos perdurables. Morelos tenía agallas para hacer de aquellas chusmas un ejército digno de la causa que defendía.
Morelos insurgente
Entonces surgió el Morelos insurgente. Las estampas de la época nos lo muestran como un hombre de tez broncínea, de pelo negro, de mirada penetrante y de gesto agrio. Su vestimenta era una mezcla de sotana y de arreos militares. Tal parece que no quiso desprenderse de su hábito sacerdotal. Era cura y soldado al mismo tiempo. Una de sus características fue el pañuelo con que se cubría la cabeza. Era buen jinete y sabía conducir sus caballos al paso conveniente de las peripecias de la guerra y de los caminos por donde transitaba. Cuando en el filo de una loma aparecía jinete en su caballo negro era como el anuncio de una fuerza ciega que estaba a punto de desatarse sobre el enemigo. Su sola presencia imponía respeto. Cuando se lanzaba al combate brillaban por igual sus ojos y su desnuda espalda.
Ignacio López Rayón.
Nació en Tlalpujahua, Michoacán en
1773. Hijo de Rafaela López Aguado de Rayón, cuyos cinco hijos lucharón por la Independencia.
Hizo sus estudios de bachillerato en el Colegio de San Nicolás de Valladolid; posteriormente viajó a la ciudad de México, donde cursó la carrera de jurisprudencia en San Idelfonso, graduado en 1796.
Hizo sus estudios de bachillerato en el Colegio de San Nicolás de Valladolid; posteriormente viajó a la ciudad de México, donde cursó la carrera de jurisprudencia en San Idelfonso, graduado en 1796.
A la muerte de su padre regresa a su tierra natal a trabajar en las minas. En esta época consolidó sus relaciones con antiguos compañeros de escuela, como los hermanos Juan e Ignacio Almada, y con José María Chico, grupo que mostraba sus simpatías por las ideas independentistas.
Al estallar la guerra de
independencia en septiembre de
1810, formula un plan para evitar el despilfarro de los recursos obtenidos para
la causa insurgente.
Se unió cuando Ignacio Allende pasó por Maravatio, Michoacán, tras lo cual fue presentado al cura Miguel Hidalgo y Costilla, quien lo nombró su secretario.
Se unió cuando Ignacio Allende pasó por Maravatio, Michoacán, tras lo cual fue presentado al cura Miguel Hidalgo y Costilla, quien lo nombró su secretario.
Derrota las tropas realistas y
regresa a Zitácuaro, Michoacán a
organizar la Suprema Corte
Nacional Americana (agosto de 1811) quedando como Presidente y nombrando como
vocales a Sixto Verduzco y a José María Liceaga. Además se unieron
a la Junta, don José María Coz (quien
se convertiría pronto en su colaborador fiel), Carlos María de Bustamante, Andrés Quintana Roo y
su esposa, Leona Vicario. Fue entonces cuando López Rayón puso los
cimientos de la estructura legal de un nuevo Estado en el documento "Elementos de nuestra Constitución", en el que se reconocieron por vez primera las
garantías básicas que conforman la soberanía de la nación como son la libertad,
la igualdad y la seguridad. Así como la libertad de imprenta y el derecho al
trabajo. La junta fue reconocida por Morelos en
noviembre de
1812, después de la toma de Oaxaca.
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